lunes, 14 de diciembre de 2009

NUEVAS RADICALIDADES POLITICAS


A 15 años del alzamiento del EZLN :EL ZAPATISMO Y LA REINVENCION DE LA POLITICA DESDE LO COTIDIANO Algunas reflexiones a partir de su (no) cumpleaños por Hernán Ouviña -


Un primero de enero de 1994, en plena oscuridad neoliberal, el EZLN se daba a conocer públicamente con la lectura de su Primera Declaración de la Selva Lacandona. En ella postulaba ser “producto de 500 años de lucha”, dando cuenta del largo memorial de resistencias que cobijaba en sus filas. De ahí en más, sus vaivenes y recorridos serán el resultado de una conjunción de apuestas que nada tendrán que ver con la política de lo previsible. Es que si algo ha caracterizado al zapatismo desde su génesis misma, es precisamente el haber logrado escamotear esa tendencia a la “normalidad” a la que nos tiene tan acostumbrados el sistema capitalista. A contrapelo, estos encapuchados armados de verdad y de fuego han hecho de la experimentación y del asombro una constante.


A partir de una curiosa combinación de tradiciones emancipatorias -que van desde la prolongada lucha anti-colonial del pueblo maya y la rebelión campesina liderada por Emiliano Zapata y Francisco Villa, hasta la reapropiación activa del guevarismo y la teología de la liberación- la reinvención de la política efectuada por el zapatismo ha desconcertado al conjunto de intelectuales que intentaron una y otra vez encorsetarlo dentro de las frías categorías de las Ciencias Sociales: “revolución posmoderna” de acuerdo a Carlos Fuentes, o “reformismo armado” en palabras de Jorge Castañeda, la dinámica que el EZLN fue asumiendo escapó en todos los casos a estas clásicas definiciones académicas. Y con su estruendoso ¡Ya basta!, nos hizo recordar que el deseo y la posibilidad de la revolución (con minúscula, como les gusta expresar) aún late en el subsuelo de nuestras sociedades.


Sin animo de reseñar cada una de ellas, cabe decir que han sido numerosas las virtudes de este multitudinario movimiento insurgente. Una no desdenable es el haber anticipado, al igual que a su modo lo hizo el mayo del ’68 en Europa, las nuevas radicalidades políticas emergentes en nuestro continente. De ahi que podamos afirmar que el siglo XXI tiene como fecha fundacional el primero de enero de 1994, y como lugar de nacimiento las montañas del sureste mexicano.


Sin duda la evocación de “mitos fundantes” como estos son por demás saludables, siempre y cuando no se ritualicen y pierdan su capacidad de estimular emociones utópicas. No obstante, quizás haya que celebrar, como proponía Lewis Carroll en aquel surrealista país visitado por Alicia, el no cumpleaños zapatista. Es decir, dejar de priorizar el evento-1-de-enero, para adentrarse en el proceso cotidiano y subterráneo que tejen los hombres, mujeres, ancianos y niños en cada resquicio de sus territorios rebeldes. Este ejercicio supone desprenderse de la arraigada concepción “espectacular” que por lo general se tiene de las prácticas militantes. Mal que nos pese, nuestra cultura política parece encontrarse aún permeada en grado sumo por una lógica que tiende a privilegiar la dimensión espasmódica y de confrontación abierta de la lucha de clases, olvidando que este tipo de situaciones no son sino excepcionales.


Resulta difícil sustraerse a la fascinación que provocan combates frontales como los vividos entre el 1 y el 12 de enero de 1994 en Chiapas, o entre el 19 y el 20 de diciembre de 2001 en Argentina; más aún para quienes participamos en una u otra de esas jornadas, sea físicamente o brindando una solidaridad activa a pesar de la distancia geográfica. Sin embargo, consideramos que deberíamos hacer foco en la praxis cotidiana que aspira al despliegue de formas de construcción autónomas, más que en estos episodios mediatizados. Aquella que, de forma silenciosa e intersticial, permitió que fueran posibles no sólo resonantes rebeliones populares como las mencionadas, sino también -y sobre todo- profundas metamorfosis en la subjetividad de masas durante los últimos años en nuestro continente. Esta dimensión subterránea de la política ha sido por lo general descuidada por buena parte de los investigadores académicos, pero también por algunos referentes de los movimientos sociales, que tendieron a restringir las nuevas dinámicas de autodeterminación social surgidas en América Latina, a ciertas manifestaciones callejeras o a determinadas gestas populares, desmereciendo los actos y experimentaciones cotidianas realizadas de manera colectiva y por fuera del “escenario público” del poder. Partimos del supuesto de que aquel tipo de insurrecciones o formas de resistencia explícitas no pueden entenderse sin tener en cuenta, en paralelo, estos ámbitos invisibles de socialización en los cuales dicha disidencia se alimenta y adquiere un sentido disruptivo.


Por ello, si más allá de los quince años de su alzamiento, de destacar los aciertos del zapatismo se trata, por sobre todo tres de ellos ofician como “faros” para potenciar el crisol de prácticas anticapitalistas que hoy se ensayan día a día en nuestra América profunda.


En primer lugar, su enorme capacidad de territorializar nuevas relaciones sociales al interior de las comunidades rebeldes. Ella se evidencia en el ejercicio de una pedagogía liberadora en cada una de las Escuelas Autónomas Rebeldes; en la construcción de Clínicas, hospitales y casas de salud autogestivas, donde el rol principal lo desempeñan tanto jóvenes promotores provenientes de las propias comunidades, como mujeres indígenas que -mediante la recuperación de saberes ancestrales- ofician de “yerberas” y “hueseras”; en la creación de cooperativas de producción y tiendas de abastecimiento autónomas, que apuestan a fortalecer la economía solidaria y el comercio justo; en la “desprofesionalización” de la política a partir de la consolidación de instancias de autogobierno popular como los Municipios Autónomos y las Juntas de Buen Gobierno; en la capacitación de agentes de agro-ecología, que efectúan practicas de reforestación y resguardan la biodiversidad que cobija Chiapas; en la proliferación de diversos espacios de comunicación alternativa, entre los que se destaca Radio Insurgente, y en un sin fin más de formas de vinculación opuestas a la dinámica de despojo, represión, desprecio y explotación que pretende imponer el capitalismo. Cada uno de estos proyectos plasma así, de manera embrionaria, los gérmenes de la sociedad futura por la cual se lucha, en la medida en que al conjugarse generan, “aquí y ahora”, una transformación integral de la vida.


En segundo termino, su permanente disposición a la articulación y al hermanamiento horizontal con otras experiencias políticas, en particular a lo largo y ancho de la geografía mexicana. La propuesta de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona ha oficiado como convite de la enorme legitimidad social conquistada por el EZLN, aunque trastocando la idea tradicional que se tenia de la “unidad” de las y los de abajo, donde un grupo, partido o movimiento hegemonizaba al resto de los actores en lucha, o bien postulaba de antemano la línea que éstos debían seguir, viéndose obligados a amoldar así su temporalidad y sus demandas a las iniciativas que aquel diseñaba. Invirtiendo esta lógica tan cara a la izquierda ortodoxa, el zapatismo nos invita a pensar en una construcción contra-hegemónica habitada por la diversidad y que no jerarquiza las resistencias, constituida por una compleja red coordinadora de las luchas del México profundo, que respeta a cada una de estas experiencias sin homogeneizarlas en un único patrón identitario. En este complejo devenir que evita el “encapsulamiento” y la fragmentación, la escucha colectiva y el caminar al paso del mas lento operan como certeros antídotos tanto frente a la verborragia como al sustitucionismo vanguardista al que nos pretende empujar la vieja política.


Por ultimo, su vocación estratégica de mantener una radical autonomía frente al Estado (cualquiera sea el color o tenencia de la coalición de fuerzas políticas que “ocupe” transitoriamente la cúspide de su poder decisional), pero también con relación a los tiempos y criterios de construcción que pretenden imponer algunos actores de la llamada sociedad civil. Respecto a este punto, la posición asumida por las restantes radicalidades políticas de la región no es para nada homogénea. Mientras que muchos movimientos latinoamericanos han visto reducido su margen de independencia, llegando a asumir en ciertas ocasiones una acérrima estrategia “estado-céntrica” que tiende a desmembrar históricas experiencias de autogestión, transfigurando valiosos proyectos y espacios social-comunitarios en monopolio estatal, otras organizaciones populares, como la CONAIE en Ecuador, han agudizado su nivel de autodeterminación y de antagonismo, luego de un profundo balance auto-crítico respecto a sus recientes participaciones en frustradas coaliciones gubernamentales. También la advertencia lanzada semanas atrás por parte del MST de Brasil, en el marco del Foro Social de Belém, de no erosionar la autonomía construida por parte de los movimientos sociales frente a los llamados “gobiernos progresistas”, hace empatía con este precepto zapatista. Y no resulta casual que en los últimos años el EZLN y el MST hayan tenido un mayor acercamiento, compartiendo encuentros y socializando experiencias en los territorios rebeldes chiapanecos. De igual manera, el sepelio de los Aguascalientes y el nacimiento de los Caracoles en agosto de 2003 pueden leerse como sintomas de una maduracion del propio zapatismo, en pos de construir un calendario propio y dejar atrás el lastre paternalista que arrastran parte de las ONG’s y del “voluntariado” mexicano e internacional, que a pesar de su buena voluntad, terminan operando con una dinámica burocrática y externa a la de las propias comunidades.


Claro que también el zapatismo, como cualquier movimiento genuino, ha cometido errores y no deja de batallar a diario contra ciertos vicios que anidan en su propia dinámica de construcción política. A modo de ejemplo, basta mencionar dos flagelos que han sido denunciados en reiteradas ocasiones por la propia comandancia del EZLN: además de la necesidad de dotar de mayores márgenes de participación en la toma de decisiones a las mujeres rebeldes, especialmente en órganos de autodeterminación territorial como los Municipios Autónomos y las Juntas de Buen Gobierno (donde la presencia de las compañeras, si bien existe y es valorable, aún resulta ínfima), el EZLN ha devenido en determinadas momentos un “estorbo” en la consolidación misma de la autonomía civil, obstaculizando -en tanto ejercito estructurado de manera piramidal- el ejercicio del “mandar-obedeciendo” en el seno de las comunidades indígenas.


Pero más allá de estos inevitables tropiezos y de sus conocidos logros, lo importante es visualizar al zapatismo no como un “modelo” a seguir, sino como esa punta de iceberg que, desde hace quince años, permite que otras luchas y problemáticas ajenas a los canales tradicionales del quehacer político, logren asomar su multiplicidad de mundos posibles. Y por sobre todo, la alegre rebeldía que irradian a través de sus practicas y comunicados, nos invita a asistir y participar activamente de esa infinidad de no cumpleaños que se celebran, a diario y con entrada libre, en el irreverente subsuelo de cada uno de los territorios que habitamos.

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