lunes, 30 de noviembre de 2009

DEBATE FEMINISMO E IZQUIERDA 1

La explotación patriarcal
Michael A. Lebowitz, economista.

¿Por qué incluir el espectro de la propiedad esclavista en el contexto de nuestra discusión de la producción del asalariado?.
Y la respuesta es que éste es, precisamente, el modo en que Marx describió las relaciones en el interior de la familia de esa época. En La ideología alemana, él y Engels hablaron de la esclavitud latente en la familia, donde "la mujer y los hijos son los esclavos del marido"; este último tenía "el poder de disponer mano de obra de otro" (Marx y Engels, 1958, p. 32). De forma similar, en el Manifiesto Comunista (Marx y Engels, 1998, p.58), se enfatiza que el programa de los comunistas acabaría con la "explotación de los hijos por sus padres" y "la situación de la mujer como simple instrumento de producción".
Marx volvió explícitamente a este tema en sus notas para El capital: "La propiedad en esa forma siempre implica, cuando menos, la esclavitud de los miembros de la familia, de los cuales se sirve y a los que explota abiertamente el jefe de la familia" (Marx 1990, p. 163). También Engels (1962, II, p. 232) comentó posteriormente que "la familia individual moderna está basada en la esclavitud doméstica de la mujer, abierta o disfrazada".
Definiendo la relación en el seno de la familia como esclavista, Marx estaba afirmando claramente que "el trabajo necesario familiar para el consumo", que "el trabajo libre en la esfera doméstica, ejecutado dentro de límites decentes y para la familia misma” (incluyendo el ejercicio de "la economía y el uso adecuado en el consumo y preparación de los medios de subsistencia"), ocurre una situación donde el productor en el hogar es explotado en una relación esclavista (Marx, 1983a, pp.481-482). ¿Como negar que esto es lo que estaba planteando Marx?
Sin embargo, éste es un punto que los marxistas no han asumido. Como comenta Nancy Folbre, hay una "resistencia a considerar la posibilidad de explotación en el seno del reino de la reproducción", con el resultado de que tal exlotación fue "en su mayor parte definida como inexistente en los debates sobre trabajo doméstico" (Folbre, 1986, p. 326). Más aún, la misma designación de la relación por Marx y Engels como la esclavitud ha sido descrita "como más metafórica que científica", y, asimismo, como evocadora de "metáforas peligrosas" (Vogel, 1983, pp. 61 y 130). por esta afirmación no sólo se basa en una curiosa selectividad al citar textos de Marx, sino que también ignora la coherencia de su argumento.
Consideremos que le sucede a este "viejo régimen familiar", caracterizado por la autoridad patriarcal ("patria potestas") cuando crece la miseria, ya sea por la caída de los salarios reales o por un aumento de las necesidades sociales (Marx, 1983ª, p. 596). Una opción que tiene el trabajador es aumentar la explotación en el hogar, es decir, la cantidad de trabajo realizado por la esposa y los hijos. Más trabajo en casa, como ya sabemos, significa menos gasto de dinero fuera de ella. Con respecto a la explotación de los hijos, Marx apuntó que "esta explotación siempre existió hasta cierto punto desde antiguo entre campesinos y fue tanto más desarrollada cuanto más pesado fuera el yugo que soportaba el labrador" (Marx, 1983ª, 330 n.).
Cuando los salarios son demasiado bajos para satisfacer las exigencias hay otra respuesta posible (que probablemente se dé cuando el aumento de trabajo doméstico no alcanza para satisfacer necesidades): prolongar el tiempo de trabajo realizado directamente para el capital. Cuando el salario es insuficiente, el trabajador individual puede ofrecer más trabajo (haciendo la oferta de trabajo "hasta cierto punto independiente de la oferta de trabajadores"); así, también podemos hallar una oferta declinante de trabajo en el caso de la familia del obrero "cuando la cantidad de trabajo suministrada por el jefe de la familia se acrecienta con el trabajo de los miembros de la familia" (Marx, 1983ª, p. 663; 1983ª, p. 797). Cuando se necesita más dinero, se puede proporcionar el capital más trabajo "sometiendo a todos los integrantes de la familia del obrero, sin distinción de sexo o edades, a la férula del capital" (Marx, 1983ª, p. 481).
Este desarrollo en si no cambia la naturaleza de la relación entre "el jefe de la familia" y aquellos a quienes explota, tal y como el amo esclavista de la Antigüedad no dejó de ser el propietario de las personas cuando alquilaba a sus esclavos. Debido a la necesidad de más dinero, los esclavos en el hogar, los bienes muebles del jefe de familia, se convierten en esclavos que ganan ingresos. Y así es exactamente como Marx describió este desarrollo. En los padres de la clase obrera, "encontramos rasgos realmente vergonzosos por entero de tratantes de esclavos". No sólo vende el varón asalariado su propia fuerza de trabajo: "Ahora vende a su mujer e hijo. Se convierte en tratante de esclavos" (Marx, 1983ª, pp. 482-483).
Por supuesto, Marx sugirió que este mismo proceso en el que el capital asigna "a las mujeres, los adolescentes y los niños de uno u otro sexo, fuera de la esfera doméstica, un papel decisivo en los procesos socialmente organizados de la producción, crea un nuevo fundamento económico en que descansará una forma superior de la familia y de la relación entre ambos sexos" (Marx, 1983ª, p. 596). No es en absoluto contradictorio que algo realizado para obtener un beneficio a corto plazo pueda tener implicaciones totalmente diferentes a largo plazo. En todo caso, no es difícil ver por qué Marx consideraba este acontecimiento como una base para la potencial transformación de las relaciones sociales en el seno del hogar. El vendedor de fuerza de trabajo "se estatuye formalmente como una persona" que tiene a la fuerza de trabajo como su propiedad (Marx, 1985ª, p. 175)). Por consiguiente, el desplazamiento de la mujer hacia el mercado de trabajo arranca todo fundamento para la dominación masculina en el hogar proletario y constituye una premisa para el fin del "viejo régimen familiar" y la emancipación de las mujeres:
“Desde que los esclavos adquirieron la conciencia de que no podían ser propiedad de nadie, la conciencia de que también ellos eran personas, a partir de ese momento, la esclavitud sólo podía seguir vegetando como una institución artificial, había dejado de ser la base de la producción” (Marx, 1985 a, p.326)
Del mismo modo, Engels comentaba que el desplazamiento de las mujeres del hogar hacia el mercado de trabajo arrancaba “todo fundamento” para la dominación masculina en el hogar proletario. “La primera premisa para la emancipación de las mujeres es la reintroducción de todo el sexo femenino en la industria pública” (Engels, 1962, pp. 231 y 233). Por supuesto, ésta es sólo la primera premisa, y un “nuevo fundamento para una forma superior de la familia” no equivale a la realización de esa forma.
Pero ¿qué importancia tiene designar precisamente como esclavitud a esta relación? Muchas feministas podrían sentirse incómodas con dicho término, y ciertamente, en la época en que Marx lo escribió no se presentaban todos los atributos de la propiedad sobre las personas (tales como el derecho a comprarlas y venderlas). Por otro lado, es bueno recordar que, como estudioso de los clásicos, su primera referencia habría sido la esclavitud en la Antigüedad (antes que la del Nuevo Mundo) y que en ese caso la esclavitud desplegaba una variedad de rasgos (incluyendo a individuos que podían ingresar voluntariamente en ese estado por no tener otra alternativa).
La cuestión central no es la precisión del término, sino su rasgo esencial: la explotación. Lo que Marx describió es totalmente consistente con el argumento de que, además de las relaciones capitalistas, los asalariados también pueden existir en el seno de un “modo patriarcal de producción”, definido por Nancy Folbre como “un conjunto particular de relaciones sociales, que incluye pero en modo alguno se limita al control sobre los medios de producción, que estructura la explotación de las mujeres y/o los hijos por los hombres” (Folbre, 1986, p. 330).
Para lo que nos interesa aquí, que es investigar la consideración de Marx de la singularidad del trabajador, no necesitaríamos decir más. Sea cual fuere la implicación potencial futura del acceso de las mujeres y niños al trabajo asalariado, es evidente que Marx consideraba al asalariado varón de aquella época como existiendo en el interior de dos relaciones, dos relaciones de clase: como asalariado en relación al capital y como propietario de esclavos en relación con su familia. No es un asalariado abstracto en absoluto, sino, más bien, ¡el asalariado patriarcal!
En forma similar la esposa y los hijos, en la medida en que se convertían en asalariados, también existían en dos relaciones de clase. Resumiendo, hablar de asalariados es hablar de personas que de ningún modo son idénticas en sus relaciones. Son idénticas sólo en tanto son asalariadas por el capital. Mientras el sujeto sea el capital, pueden ser adecuado considerar a estos seres humanos sólo como asalariados. Sin embargo, tan pronto como el trabajo asalariado se convierte en el sujeto, es necesario considerar las otras relaciones en las que está inserto, como la patriarcal.
Postulando la existencia de varones y mujeres asalariados dentro de relaciones patriarcales, estamos considerando a trabajadores con diferentes fines y diferente jerarquía de necesidades. Para el asalariado patriarcal, la lucha por salarios más altos es en parte una lucha para permitir la reproducción del patriarcado; un aumento de su salario, en igualdad de condiciones, permitirá un aumento de gasto de trabajo en su casa por parte de su mujer (e hijos). El “salario familiar” es la condición para la reproducción de las dos relaciones en las que existe. Para la mujer asalariada, por otra parte, la lucha por salarios más altos es también la lucha por escapar a ese conjunto de relaciones en la que los hombres controlan los medios de producción dentro del hogar y explotan a las mujeres y/o hijos; es, por cierto, una lucha por su propio tiempo libre, enraizado en su necesidad de autodesarrollo.
Aquí está el fundamento para una divergencia de intereses entre los asalariados de diferente edad y sexo. En la medida en que los asalariados patriarcales han sido nuestro objeto, esto ilumina con una luz diferente nuestra discusión de las luchas de los asalariados en el capítulo 5. Por ejemplo, cualquier asalariado individual patriarcal (“cabeza de familia”) se beneficia, en igualdad de condiciones, “sometiendo a todos los integrantes de la familia del obrero, sin distinción de sexo o edades, a la férula del capital”. Sin embargo, los asalariados patriarcales como un todo pierden, como resultado de la competencia incrementada (y los salarios más bajos) que ocurre cuando todos los asalariados patriarcales actúan de igual manera. En este contexto, las restricciones (mediante una forma que “posee una fuerza general, socialmente coactiva”) sobre la capacidad de los asalariados patriarcales de vender a sus mujeres y niños por un contrato voluntario con el capital, aparecen como el resultado del movimiento político del trabajo asalariado patriarcal en su conjunto.
No obstante, las implicaciones del patriarcado van más allá. En el interior de esta relación patriarcal (o esclavista), los hombres y mujeres son producidos de modo diferente. Puesto que, como hemos apuntado, “sus necesidades, y por lo tanto su naturaleza, así como el modo de satisfacerlas, los relacionaban entre sí (relaciones sexuales, intercambio, división del trabajo), necesariamente tenían que mantener una interacción”, pese a lo cual la naturaleza de las personas que resulta de ello no es independiente de las precisas relaciones en las que han entrado. Como proseguían Marx y Engels (1958, p. 497):
“En un intercambio que, a su vez, determinaba la producción y las necesidades, tenemos que era cabalmente el comportamiento mutuo en cuanto tales individuos, lo que creaba y volvía a crear diariamente de nuevo las relaciones existentes [...] en este punto se puso de manifiesto, evidentemente, que el desarrollo de un individuo se halla condicionado por el desarrollo de todos aquellos con quienes se encuentra en intercambio directo e indirecto”.
No sólo los hombres y las mujeres se producen en forma diferente en el curso del trabajo “absolutamente necesario para consumir cosas”, como fue llevado a cabo bajo las relaciones patriarcales, sino que ellos también se producen en forma diferente a través del consumo del producto de ese proceso. Pues aunque los valores materiales específicos producidos pueden ser independientes de las relaciones de producción, el contenido de esos valores de uso no lo es. Marx mencionó este tema al considerar la diferencia entre encargar un abrigo a un “sastre a domicilio” que realiza el trabajo en la casa del comprador con la tela que le da éste y tener un criado. En ambos casos, había una relación de compradores y vendedores. Pero en estos dos intercambios había una diferencia crucial. En el caso del criado, notaba: “Pero la manera en que el valor de uso se disfruta en este caso ostenta, además, una forma de relación de tipo patriarcal, una relación de amo y criado que modifica la relación en su contenido, aunque no su forma económica, y la vuelve desagradable” (Marx, 1974, p. 250).
En resumen, en el curso de nuestro autoproducirnos, no sólo consumimos valores de uso, sino también las relaciones sociales bajo las cuales son producidos esos valores de uso. Entre consumir un valor uso producido por el propietario de fuerza de trabajo independiente y otro producido en una forma patriarcal de relación, hay una diferencia. En forma análoga a aquella en la que el objeto de arte crea “un público que es sensible al arte y disfruta de la belleza”, los seres humanos que consumen relaciones patriarcales se autoproducen de una manera particular. “El desarrollo de un individuo se halla condicionado por el desarrollo de todos los demás con quienes se halla en intercambio directo o indirecto”.
De este modo, desde el momento de su nacimiento, los hombres y mujeres se autoproducen consumiendo no sólo los valores de uso suministrados bajo una división del trabajo por géneros, sino también las relaciones patriarcales que determinan esa división. Entonces está implícito en este proceso la producción de diferentes seres humanos, diferentes personalidades, diferentes naturalezas con respecto a la dominación y la crianza. Como señala Sandra Harding, “los tipos de personas en que se convierten los niños son en gran medida influenciados por las relaciones sociales particulares que el niño experimenta a medida que es transformado y se autoforma, de un niño biológico en una persona social” (Harding, 1981, p.147) .
Aquí estamos considerando un tema sobre el que las feministas marxistas han hecho y continúan haciendo importantes contribuciones. En consecuencia, a esta altura parece adecuado discutir sobre las limitaciones del argumento de Marx. A pesar de su descripción de la naturaleza esclavista de la relación existente en el hogar del obrero, no considera esta relación de clase como relación lucha (ora abierta, ora oculta) de mujeres (e hijos) como sujetos y actores . Por supuesto, todo esto está excluido por objeto de Marx en El Capital. Pero sería ingenuo confiar en que algo de esto hubiese sido aparecido en el libro que falta sobre trabajo asalariado, si alguna vez lo hubiera sido escrito.
Efectivamente, Marx anhelaba una “forma superior de la familia y de las relaciones entre sexos”. Y, ciertamente, hallaba la organización existente personalmente “vergonzosa” (como la de la esclavitud en el Nuevo Mundo). Sin embargo, no hay indicios de que él haya investigado estas cuestiones con algún detalle, ni de que haya podido ir más allá de las convenciones victorianas, en forma análoga a su contemporáneo John Stuart Mill, quien criticó las restricciones legales al trabajo de las mujeres en las Actas Fabriles, “para que ellas pudieran tener tiempo para trabajar para el marido, en lo que los defensores de la restricción llaman su hogar” (Pujol, 1992, p.25).
Al presentar estas cuestiones, en consecuencia, no pretendemos afirmar que Marx personalmente, haya investigado suficientemente las mismas. Eso equivaldría a rescribir la historia. Más bien, pretendemos demostrar que dentro de la estructura marxiana hay espacio teórico para desarrollar estas cuestiones. En resumen, no hace falta agregar elementos extraños de manera ecléctica en la teoría marxiana para crear un Marx “al uso”. Ciertamente, tampoco pretendemos sugerir que esas cuestiones han sido apropiadamente tratadas aquí; forman parte de un proyecto que muchas feministas marxistas continúan investigando .
(...)
Para el marxismo unilateral la explotación especifica de las mujeres siempre quedará de forma periférica y no esencial. En la medida en que los trabajadores sean despojados “de toda determinalidad” y considerados sólo como asalariados abstractos, la discusión sobre el patriarcado es necesariamente secundaria.
BIBLIOGRAFÍA
Ø (Marx y Engels, 1958) => La ideología alemana [1846]
Ø (Marx y Engels, 1998) => Manifiesto Comunista [1848]
Ø (Marx 1990) => El Capital, Libro I, Capítulo VI (inédito)
Ø Engels (1962) => Contribución a la Crítica de la Economía Política [1859]
Ø (Marx, 1983a) => El Capital, Tomo I
Ø (Vogel, 1983) => Marxism ande Opresion of Women: Toward a Unitary Theory, New Brunswick, Rutgers University, 1983
Ø (Marx, 1985a) => Collected Works, vol. 20, Nueva York, Internacional Publishers, 1985.
Ø (Folbre, 1986) => “A Patriarcal Mode of Production”, en Albelda, Gunn y Waller, 1986.
ð “The Unhappy Marriage of Patriarchy anda Capitalism”, en Sargent, 1981.
Ø (Marx, 1974) => Cartas sobre El Capital, Barcelona, Laia, 1974.
Ø (Harding, 1981) => “What is the Real Material Base ofe Patriarchy anda Capital?, en Sargent, 1981.
Ø (Pujol, 1992) => Feminism anda anti-Feminism in Early Economic Thought, Aldershot, Edward Elgar Publishing, 1992
Ø Camfield (2002) => “Beyond Adding on Gender and Class: Revisiting Feminism and Marxism”, Studies in Political Econony 68 (verano 2002)
Ø Vosko (2002) => “The Pasts (and Futures) of Feminist Political Economy in Canada: Reving the Debate”, Studies in Political Economy 68 (verano 2002)
P.-S.Extracto del libro: �Más allá de El Capital. La economía política de la clase obrera en Marx�. Michael A. Lebowitz. Editorial Akal (2005).Páginas de la 198 a la 204.

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