Por Jesús Castillo.
En las últimas semanas nos han llegado noticias procedentes de China sobre cientos de niños intoxicados por plomo procedente de plantas de fabricación de baterías, el anuncio de la construcción de una serie de grandes presas en el río Mekong o el avance de la desertización que afecta ya a más del 30% de su superficie.
Algunas de las problemáticas ambientales que estuvieron asociadas al desarrollo capitalista de las primeras décadas tras la revolución industrial han disminuido notablemente en los países enriquecidos con el avance del conocimiento ecológico y el progreso tecnológico. Al mismo tiempo que se reducían determinados impactos socioambientales en los países enriquecidos se agravaban los mismos en las llamadas “economías emergentes” donde las grandes empresas transnacionales trasladaban parte de su producción.
Por ejemplo, la lluvia ácida en Estados Unidos y Europa se ha reducido en casi un 70% desde los años setenta gracias al control de las emisiones de dióxido de azufre y óxidos de nitrógeno. Sin embargo, comenzó a ser una problemática ambiental importante en China e India en los años ochenta.
En los países enriquecidos, los cauces fluviales alcanzaron cotas altísimas de contaminación durante la primera mitad del s. XX. Entonces, se pusieron en marcha programas de control de la contaminación, caudales ecológicos y otras medidas que llevaron a que la situación mejorase considerablemente; aunque el efecto de algunos proyectos, como los grandes embalses continúa. Sin embargo, los ríos chinos, indios y brasileños cada vez están más contaminados conforme se instalan en sus orillas nuevas factorías, explotaciones agrícolas intensivas y nuevas ciudades. Además, se reproducen sin cesar grandes presas, como las de inundan la Cuenca del Amazonas.
La deforestación se ha detenido en Europa y Norte América tras décadas de expolio forestal y ahora incluso aumentan los bosques, mientras que millones de hectáreas de selvas tropicales desaparecen en Brasil.
Los gobiernos que permiten la repetición de estos procesos de degradación ambiental y las empresas responsables directas no pueden excusarse en el desconocimiento científico o la ausencia de una tecnología adecuada.
La multiplicación en las economías emergentes de problemáticas socioambientales superadas en economías más maduras deja en evidencia que los que organizan la producción están fundamentalmente preocupados por sus beneficios crematísticos e hipotecan y destruyen, sin más, nuestro capital natural. Gobiernos y grandes empresarios desarrollan un terrorismo ambiental que degrada la vida de millones de personas envueltas en una espiral de destrucción ecológica sin parangón en la historia. Hay que producir más barato que el competidor y los controles ambientales son un estorbo.
Observando el progreso de los países enriquecidos, los más optimistas defensores del capitalismo afirman que al inicio del proceso de desarrollo éste rinde destrucción de capital natural pero que llega un punto de inflexión en la dinámica del desarrollo a partir del cual el desarrollo conlleva mejoras ambientales. Sin embargo, este enfoque no tiene en cuenta la exportación de huella ecológica que se ha producido desde los países enriquecidos a los empobrecidos, gracias a la cual los primeros han podido conservar su entorno al trasladar la degradación ambiental a los segundos.
Al exportar el modelo de interacción entre desarrollo y entorno de los países enriquecidos a las economías emergentes quizás llegue un momento en el que éstas mejoren su entorno natural al poder exportar impactos socioambientales a países empobrecidos. Pero esto ocurrirá después de haber degradado el entorno propio brutalmente, en muchas ocasiones de forma irreversible.
La huella ecológica china representa el 15% de la mundial (con cerca del 19% de la población) y superó su propia biocapacidad a inicios de los años setenta en pleno capitalismo de estado y antes de que impulsaran con fuerza las reformas económicas de tipo capitalista de mercado. Inmerso en el modelo de crecimiento capitalista desde sus orígenes (más o menos marcado por el control estatal o privado), el Estado chino lleva tiempo exportando impacto socioambientales. En los últimos lustros, está sumándose con fuerza al expolio del capital natural de África y Latinoamérica (controlado hasta hace poco por potencias occidentales). Al mismo tiempo, continúa su expansión depredadora por Asia.
Desde un punto de vista ambiental el problema no es que las economías emergentes se desarrollen implicando a millones de personas, el problema es que este desarrollo sigue un modelo que se ha demostrado insostenible previamente en las potencias occidentales.
Quizás lleguen tarde para conservar muchas de las riquezas naturales chinas y extranjeras, pero la ola de protestas y huelgas de los trabajadores chinos en los últimos años están consiguiendo no solo mejoras laborales, también mejoras de la calidad ambiental en el medio laboral y global. La conservación ambiental es cada día más un futuro de luchas sociales.
Jesús Castillo es militante de En lucha y profesor de Ecología en la Universidad de Sevilla.
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