La chispa de la revolución
La muerte del joven desempleado de Sidi Bouzid no fue más que la chispa necesaria para encender la mecha de la revolución. La combinación de un elevado desempleo entre los jóvenes, la pobreza y un coste de la vida en aumento por un lado, y la obscena riqueza de unos pocos privilegiados y la corrupción por el otro, ha llevado a un malestar incontenible entre las clases oprimidas tunecinas.
El gobierno de Túnez ha tratado por todos los medios de contener las protestas, sin éxito. La ola de protestas se inició en Gabes frente a los edificios del sindicato Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT). Se extendió a las zonas mineras y más tarde a la segunda ciudad más grande del país, Susa. Por último, alcanzó después de casi dos semanas la capital Túnez y asumió entonces un carácter político. En las consignas, se mezclaba la repugnancia contra la violencia policial con la llamada para el derrocamiento del partido gobernante Destour ("Constitución").
El centro de las protestas son las escuelas, institutos y universidades. Pero no es cierto que esta sea simplemente una revolución de las clases medias contra la corrupción y el nepotismo. Los sindicatos también han tenido un papel importante en la insurrección. Al calor de la radicalización política del último mes, la UGTT ha pasado de ser un títere del régimen a impulsar el movimiento. Los y las trabajadoras han pasado a primera línea de la lucha. El 9 de enero, la filial local de la UGTT de Sfax hizo un llamamiento para una huelga general regional, con un seguimiento de prácticamente el 100% y manifestaciones multitudinarias. El viernes 14, cuando el movimiento ya se había extendido por todo el país, la UGTT se vio obligada a convocar una huelga general de dos horas debido a la presión desde la base. Toda la administración, todos los bancos, los servicios públicos y el comercio quedaron paralizados por este espacio de tiempo.
Con el objetivo de persuadir a los manifestantes de abandonar las protestas, Ben Alí llegó a prometer el lunes 10 de enero la creación de 300.000 nuevos puestos de trabajo –la cifra oficial de paro está en el 14%. El jueves ya anunciaba que no se volvería a presentar a las elecciones del 2014. Finalmente Ben Alí llegó a destituir a todo el Gobierno y a prometer la convocatoria de elecciones dentro de los próximos seis meses. Pero todo eso no era suficiente para quienes han sufrido las consecuencias de sus políticas durante tantos años, tras semanas de radicalización por medio de las luchas en las calles y el asesinato de más de 60 manifestantes. El viernes, tras una jornada de enfrentamientos especialmente violentos en los que fueron asesinados al menos trece manifestantes, el que ha sido presidente de Túnez durante 23 años tuvo que abandonar el país, tras haber decretado apenas una hora antes el estado de sitio.
Ahora, toda la antigua camarilla de Ben Alí le declara como único responsable de la miseria en Túnez, con tal de mantenerse en el poder. Su objetivo es estrangular al movimiento mediante la reagrupación de fuerzas políticas a la cabeza del gobierno.
Y… ¿a partir de ahora?
La que ya ha sido bautizada como “La revolución de jazmín” es una revolución sin un liderazgo claro. Esto se traduce en que el rédito político de las revueltas se lo están llevando los partidos que hasta ahora han estado en la oposición, tras haber vivido en una situación de represión constante con Ben Alí en el poder. Ninguno de estos partidos ha jugado un papel relevante en las revueltas.
En estos momentos, las últimas noticias indican la creación de un nuevo gobierno encabezado por el ex primer ministro Mohamed Ghannouchi, que incluye a figuras de la oposición pero mantiene a figuras del régimen de Ben Alí en posiciones importantes. Los manifestantes están expresando su rechazo a esta continuidad en el gobierno de los restos del antiguo régimen, exigiendo que los miembros del partido de Ben Alí y Ghannouchi entreguen todo el poder.
No es momento para que la oposición y la izquierda en Túnez entren en una falsa unidad nacional con los hombres de Ben Alí, sino para continuar la lucha contra el nuevo gobierno continuista. Sólo los órganos propios de la construcción de poder desde abajo proporcionan la capacidad para resolver las raíces de la miseria. Con la caída de Ben Alí, nadie ha resuelto los problemas sociales que desencadenó el conflicto. Sólo la combinación de las demandas políticas y económicas y las formas de lucha ofrece una garantía para evitar la restauración del poder de la clase dominante.
De forma inmediata, es necesaria la constitución de comités elegidos democráticamente a nivel local, regional y nacional que permitan la introducción de salarios más altos y la creación de cientos de miles de nuevos puestos de trabajo, así como la materialización de otras demandas importantes en relación al levantamiento del toque de queda nocturno y la retirada del ejército de las calles. La noche siguiente a la caída de Ben Alí, sus esbirros intentaron utilizar al ejército y la policía para detener una democratización real, mediante una represión brutal –el número de personas asesinadas es impreciso, pero podría alcanzar las cien personas. Sin embargo, se están organizando en los barrios de Túnez comités de autodefensa que están intentando ganarse a los miembros del ejército para neutralizar a los esbirros de Ben Alí. Hay mucho en juego respecto de qué lado se posiciona el ejército: con el régimen o con las masas.
El movimiento revolucionario ha obligado a una apertura, permitiendo a los refugiados políticos tunecinos regresar a su país y contribuyendo al desarrollo de organizaciones independientes desde abajo. Esta apertura debe ser aprovechada con rapidez para continuar la lucha. Se trata ahora de construir una nueva organización revolucionaria a partir de la revolución en marcha, una organización que sea capaz de promover conscientemente esta orientación y de dar los pasos necesarios en esta dirección. El movimiento en Túnez puede convertirse en un faro para los países de la región árabe, dominada por monarcas absolutos y dictadores, donde también reina la corrupción, la represión policial y elevados niveles de desempleo –en el Magreb alcanzó una media del 14,5% en 2007/2008, comparado con la media mundial del 5,7%.
En la noche de la huida de Ben Alí, la capital jordana, Ammán, vio protestas de masas, inspiradas por los acontecimientos en Túnez. La vecina Argelia se ha visto sacudida en las últimas semanas por disturbios juveniles que en parte recuerda a la intifada palestina, con huelgas constantes de diferentes sectores de la clase trabajadora. En Libia, donde el coronel Gaddafi (amigo de Ben Alí) lleva en el poder 42 años, los manifestantes se están enfrentando a la policía y están atacando los edificios del gobierno, en protesta contra las condiciones de vivienda. En Jordania, se leían en manifestaciones lemas como “Jordania no es solo para los ricos. El pan es la línea roja. Tened cuidado con nuestra hambre y nuestra rabia”. En Egipto y Yemen se han producido manifestaciones de solidaridad con la revolución de Túnez, impulsadas por los estudiantes frente a las embajadas de Túnez. Incluso en la capital marroquí, Rabat, donde los sindicatos organizan escrupulosamente cada tarde desde hace meses protestas contra el des
empleo frente al parlamento, tiende en los últimos días a subir el número de manifestantes.
La Revolución de Túnez llegó de forma inesperada. Pero su brillo ilumina mucho más allá de las fronteras de este pequeño país, dando confianza a las clases oprimidas de los diferentes países de la región para alzarse contra las autoridades. Un factor determinante en el avance de las luchas será que las protestas salten de las reivindicaciones concretas originales a una crítica general de los respectivos regímenes.
"Todos los líderes árabes contemplan a Túnez con miedo”, son las palabras de un comentarista egipcio. “Todos los ciudadanos árabes observan a Túnez con esperanza y solidaridad”.
por ISAAC SALINAS militante de EN LUCHA.
http://www.enlucha.org/site/
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