Por : Ahmed Lahori -
- Xenofobia, es decir: el rechazo de la inmigración. Utilización política de los recelos hacia la inmigración.
- Fobia al laicismo, es decir: el rechazo de la neutralidad del Estado y de la igualdad de todos los ciudadanos con independencia de su religión.
- Islamofobia, es decir: el rechazo de la presencia del islam.
- Creciente y cada vez más visible control de los poderes económicos sobre la política.
- Deriva de derechos civiles a debate sobre seguridad e identidad.
La derechización es imparable. Por un lado, la derecha ha logrado que los temas que a ella le interesan sean los temas dominantes de la agenda política y mediática, los que generan más debates. Un fenómeno como Plataforma por Cataluña es solo una anécdota dentro de esta deriva global. La derechización afecta a los grandes partidos, que la xenofobia y la islamofobia están dentro de los partidos mayoritarios, tanto como en el mundo académico y en los mass media. Y lo digo por experiencia.
Por otro lado, cada vez es más visible el control que ejercen los poderes económicos sobre el poder político. Ante la situación económica de tantos países europeos es casi una obscenidad hablar de democracia. Leed las declaraciones de Zapatero de hace un par de meses, prácticamente reconociendo que los recortes sociales aplicados en España le habían sido impuestos desde fuera. Y ved lo que esta pasando el Irlanda, con un gobierno que se ve obligado a aceptar una ayuda externa, bajo unas condiciones draconianas, que chocan con sus intereses. Hablar de soberanía nacional en estos momentos es un eufemismo. En realidad, esto es lo que ha estado pasando en todo el mundo desde hace muchos años, con la aplicación de las políticas dictadas por el Fondo Monetario Internacional y en Banco Mundial, que han supeditado la concesión de créditos a la implementación de la agenda de las grandes corporaciones financieras. Hablamos pues del avance del neoliberalismo, pues este es el marco que nos permite comprender el avance del fascismo.
La islamofobia
Dentro de toda esta deriva ocupa un lugar destacado la islamofobia. La islamofobia es una enfermedad psico-social, del mismo grupo que otras enfermedades como el racismo, la xenofobia, la homofobia o la judeofobia. Se fundamenta en el odio al otro, entendido como una entidad ajena y peligrosa, con valores particulares nocivos y contagiosos, amenazadores para el ‘cuerpo social’. La islamofobia, como las demás variantes del fascismo, prepara las condiciones para el confinamiento y la persecución del colectivo al que se demoniza.
La islamofobia ocupa un lugar destacado en la política contemporánea. Existen una serie de factores que han conducido a convertirla en un componente central de la ideología dominante. No se trata tan sólo del rechazo irracional de un sector de la población por parte de otro, sino de una fobia social inducida desde determinados centros de poder, para justificar el mayor control de los individuos por parte del Estado. Se trata de la ideología marco mediante la cual se genera consentimiento respecto a actuaciones militares (a nivel global) y policiales/judiciales (a nivel local) que en una situación normal no serían aceptadas. Esta dimensión ideológica goza hoy en día de gran aceptación en círculos académicos y políticos, y se sitúa en consonancia con las políticas neoliberales de la globalización corporativa.
En el marco de la Unión Europea, la islamofobia traza las fronteras internas de la Europa fortaleza, sometiendo a los inmigrantes musulmanes a un estatus subalterno. Están en Europa para ser explotados, no se les permite manifestarse como ciudadanos. Deben ser mantenidos en constante «estado de excepción», mediante la vigilancia permanente y su transformación en «el otro» inasimilable, opuesto a los valores de la cultura dominante. La lógica inherente a la islamofobia conduce a una involución autoritaria y nacional-culturalista de los sistemas democráticos, la deriva de un modelo basado en los derechos sociales a un modelo basado en la identidad y la seguridad.
Avance del fascismo
Asistimos en Europa al auge de partidos políticos y movimientos abiertamente islamófobos. El Relator de Naciones Unidas Doudou Diène habla de la «normalización y legitimación políticas del empleo de argumentos racistas y xenófobos como un medio aceptable de generar consenso político». Más allá del respaldo social a estos discursos, su incidencia mediática contribuye a la normalización de la islamofobia. Resulta alarmante la penetración de estos temas en los programas de partidos parlamentarios, con el pretexto de la lucha contra la «inmigración ilegal», la promoción de la «preferencia nacional», la «lucha contra el terrorismo» o la seguridad. El rechazo a la presencia del islam dificulta el desarrollo de la libertad religiosa y de los derechos civiles de los ciudadanos musulmanes. Las instituciones que se prestan a un normal desarrollo de sus derechos religiosos son acusadas de «colaborar con el enemigo» y de «favorecer la invasión islámica de Europa».
Esta teoría, conocida como «Eurabia», fue acuñada por Bat Ye’or, judía egipcia vinculada a Israel, popularizada por la periodista italiana Oriana Fallaci y divulgado masivamente en Internet. Según esta teoría, existe un pacto euro-árabe para facilitar la incorporación del islam en Europa, a cambio de concesiones petroleras. Dicho pacto conduciría, inexorablemente, a la islamización de Europa, y pasaría por la disolución pactada del Estado de Israel. Dicha teoría pone de manifiesto la estrecha relación entre la islamofobia y el proyecto sionista, actuando la demonización del islam como ideología legitimadora de la colonización de Palestina. Israel es presentado como «la punta de lanza de occidente en el mundo islámico», mientras la inmigración musulmana actuaría como una quinta columna del mundo islámico en Europa.
La aceptación e incluso respetabilidad de la islamofobia en amplios sectores del mundo intelectual y académico occidental resulta especialmente significativa, y la diferencia de otras formas de rechazo hacia otros colectivos. Resulta inimaginable hoy en día encontrar discursos racistas contra negros, judíos o gitanos entre la intelectualidad europea, y sin embargo se constata que numerosos intelectuales aceptan de forma acrítica todos los estereotipos característicos del discurso islamófobo.
Islamofobia e identidades nacionales
La creciente presencia de minorías religiosas con costumbres propias es percibida a menudo como una amenaza a la cohesión social y a las tradiciones ancestrales. Existe una resistencia por parte de determinadas élites a abandonar la ideología que vincula el territorio (la nación) a la religión mayoritaria, una resistencia identitaria que, al intensificarse, puede derivar en un fundamentalismo sin proyecto de gestión respetuoso de la diversidad.
1. Es frecuente la amalgama entre un territorio, una etnia y una religión, como elementos esencialmente unidos entre sí (España como tierra esencialmente cristiana, las raíces cristianas de Europa). Se genera una dialéctica Centro-Periferia, en la cual los musulmanes son relegados a suburbios y a ocupar la categoría de ciudadanos de segunda.
2. La rivalidad entre las religiones ofrece el mejor caldo de cultivo para la violencia. El odio interreligioso se basa en la denigración de la religión “del otro”, considerada como una falsa religión, o contenedora de elementos que la hacen incompatible con la “propia” religión. En última instancia, el odio se origina en la idea de la superioridad de la propia religión. En el caso europeo, esta idea está asociada al eurocentrismo y a la idea de progreso: Europa como cumbre de la civilización, basada en «valores judeo-cristianos».
3. Se considera que el ser musulmán implica una deslealtad hacia las instituciones. A partir de esta premisa, se justifica la intolerancia hacia los musulmanes: no tolerar a los (estereotipados como) intolerantes.
Cultura de la guerra
La islamofobia constituye un fenómeno en alza, especialmente preocupante en Europa, EEUU, Canadá y Australia, y con una fuerte presencia en España. Nos enfrentamos a la creación de una cultura de la guerra, en la cual ‘los musulmanes’ aparecen como contrarios a los ‘valores de occidente’. Se niega la individualidad de más de 1.500 millones de personas y se las considera un enemigo ante el cual hay que defenderse. Este clima de sospecha generalizada conduce a todo tipo de discriminaciones, como son el rechazo social, las dificultades para conseguir vivienda o la discriminación laboral. En el terreno de la libertad religiosa, los musulmanes encuentran cada vez mayores dificultades para abrir lugares de culto y realizar otras prácticas inherentes a su religión. El contexto de crispación existente conduce a un aumento de las agresiones contra personas y organizaciones musulmanas.
En un primer momento podemos considerar la islamofobia como una patología social, similar a otras formas de demonización de un colectivo (judeofóbia, xenofóbia…). Sin embargo, un análisis más detenido nos muestra la dimensión ideológica de la islamofobia, como parte de una ideología más amplia. Se trata de un constructo cultural realizado desde determinados centros de poder (de ahí el papel de los think tanks) con una intencionalidad política precisa. Nos situamos en el plano de la construcción de un enemigo, vinculada a un proyecto político neocolonial que se manifiesta tanto en políticas exteriores militaristas como en la colonización interna de los inmigrantes musulmanes, considerados como mano de obra dispuesta para ser explotada. El discurso del odio se basa en la negación de la individualidad del «otro», reducido a ser parte de una masa anónima e inhumana: «los musulmanes», «los judíos», «los hindúes», «los cristianos». Las víctimas del odio antireligioso no son consideradas como seres humanos por sus verdugos, sino como partes de una masa identificada con una religión, que es caricaturizada y presentada como contraria a los valores étnicos o religiosos que el «propio» grupo encarna.
Frente a esta estrategia deshumanizadora, los derechos humanos y los conceptos de ciudadanía y derechos civiles nos ofrecen el marco (a la vez ético y jurídico) que permite superar las amalgamas entre etnia, cultura, religión y nacionalidad. El derecho de los pueblos a preservar su identidad no puede justificar la vulneración de la libertad de religión y de conciencia. Una identidad que se basa en la destrucción del otro no es tal cosa, sino una enfermedad social que debe combatirse. Es necesario insistir en el respeto a las minorías, como un elemento clave de la convivencia, en un contexto mundial de creciente multiculturalismo y pluralismo religioso. El desarrollo de la libertad religiosa, conceder plenos derechos civiles a los inmigrantes musulmanes y el combate contra la islamofobia son los antídotos contra el odio. Pero éstos no serán eficaces sin una recuperación de los valores democráticos, de justicia social y distributiva, frente a la cultura de la depredación y de la guerra que domina la política contemporánea. El fin del colonialismo interior hacia las minorías musulmanas y el fin del expansionismo militar occidental son indisociables.
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