El ayuntamiento de Vic ha saltado a las noticias por haber decidido negar el empadronamiento a personas inmigradas sin papeles. La decisión, además de ser ilegal, es claramente racista. Con esta medida, entre otras cosas, dificultan tanto la asistencia médica como el acceso a la educación de estas personas. Más grave aún, dado que el empadronamiento es una condición para poder solicitar la residencia, el consistorio está condenando a un grupo de sus vecinos a una situación permanente de indocumentación. Tanto la Vicepresidenta española como representantes del tripartito catalán han criticado la decisión aunque, escandalosamente, la Generalitat sigue sin tomar las medidas necesarias para bloquear la propuesta racista. El episodio debe servir de toque de atención para los movimientos sociales y la izquierda anticapitalista acerca de la necesidad de responder de forma urgente al auge del racismo y de la extrema derecha. No saber hacerlo nos podría salir muy caro.
La propuesta xenófoba la aprobó el gobierno municipal —CiU, PSC y ERC— apoyado por los cuatro concejales de Plataforma Per Catalunya, de extrema derecha. Los dos concejales de la CUP y el de ICV-EUiA votaron en contra.
Ante esta decisión racista apoyada por dos partidos de la izquierda institucional, algunos activistas concluirán que la respuesta tendrá que venir únicamente de la izquierda radical. Pero la realidad es que para parar el fascismo hace falta mucho más.
Unidad contra el fascismo
A nadie se le escapa el hecho de que el impulsor real de esta decisión racista fue la Plataforma Per Catalunya; su propio dirigente, Josep Anglada reivindicó su paternidad. El hecho de que grupos de la extrema derecha —es decir, grupos fascistas que se han hecho un lifting— puedan actuar libremente y difundir sus ideas tiende a empujar a todo el espectro político hacia la derecha.
Esto siempre es cierto, pero más aún en la situación actual. La crisis económica; los 4 millones de parados; las carencias de los servicios sociales; un gobierno social-liberal que no cumple sus promesas de sustanciales mejoras sociales… todo esto constituye la “tormenta perfecta” para el crecimiento de la extrema derecha.
No puede haber libertad de expresión y organización para los fascistas en nuestra sociedad. El lema “no pasarán” recupera toda su relevancia.
Y este lema no es patrimonio únicamente de la izquierda anticapitalista: la gran mayoría de la población del Estado español, y sobre todo, casi toda la clase trabajadora, se oponen al fascismo. Muchos de ellos y ellas estarían dispuestos a participar en movilizaciones antifascistas, si se les plantea en términos que puedan asumir.
Hace falta una lucha unitaria contra la extrema derecha, contra el fascismo, que incluya a la gran izquierda social que existe en el Estado español, incluyendo a las bases de los sindicatos mayoritarios y a los sectores más de izquierdas de la socialdemocracia. Es decir, hay que movilizar a una parte importante de la clase trabajadora, tal y como es, con todas sus contradicciones.
Frente a un pequeño grupo de cabezas rapadas nazis, puede parecer que es suficiente con un grupo de activistas antifascistas comprometidos, dispuestos a utilizar la fuerza. Es verdad que, a veces, acciones así son necesarias.
Pero en las condiciones de un auge de la extrema derecha, ningún grupo reducido es suficiente para hacerle frente.
Este hecho fue demostrado en Alemania en los años 30, cuando el Partido Comunista, siguiendo la política suicida dictada por Stalin, rechazó cualquier colaboración con los reformistas, tachándolos de “socialfascistas”, e intentó enfrentarse solo a los nazis. Pagaron un terrible coste por su error. No debemos repetirlo.
El modelo de movimiento contra el fascismo es algo que hemos visto en otros ámbitos en los últimos años: la unidad de acción entorno a unos pocos principios básicos, sin excluir que haya diferencias y debates sobre otras muchas cuestiones.
Frente al fascismo, supone buscar unir a todas las fuerzas y personas dispuestas a movilizarse bajo el sencillo lema “Contra el fascismo, no pasarán”; que los fascistas no se manifiesten en nuestras ciudades, que no puedan hacer campañas electorales, etc. Limitar una protesta de este tipo únicamente a los declarados anticapitalistas, a las personas que comparten todo nuestro ideario político, no es una manera efectiva de combatir al fascismo.
Por una alternativa al sistema
Pero a la vez debemos ir mucho más allá. Ya sabemos que los partidos reformistas son los responsables de muchos de los problemas que abren el camino al fascismo. Sabemos que, aunque sigue habiendo gente combativa dentro de los sindicatos mayoritarios, las direcciones de CCOO y UGT no destacan por ofrecer salidas radicales ante los ataques que sufrimos.
Todos los Estados europeos fomentan las ideas racistas, dando así respetabilidad a los fascistas: pensemos en los ataques contra la población musulmana en Suiza —con la excusa de los 4 minaretes en ese país— o en el intento del Estado francés de controlar la vestimenta de las mujeres musulmanas. El Gobierno de Zapatero no es ninguna excepción: tras una verborrea de multiculturalismo y “alianza de las civilizaciones”, no deja de advertirnos de los peligros de “terroristas islamistas” y hace detener a gente musulmana inocente.
El Estado español gasta un millón de euros al día en la guerra de Afganistán y da miles de millones de euros a la banca, pero cuando faltan plazas en las guarderías y se alargan las colas en los hospitales se señalan a las personas inmigradas como a los responsables.
Por todo esto, a la vez que necesitamos un movimiento muy amplio y unitario para hacer frente hoy a los fascistas, también tenemos que construir una izquierda anticapitalista capaz de ofrecer una alternativa política global al sistema.
Actualmente, la izquierda anticapitalista está muy fragmentada, y muchas de las personas que podrían formar parte de ella ni siquiera están organizadas políticamente y sólo participan en los movimientos de forma individual.
Para poder ofrecer una alternativa real, frente a la desesperación producida por este sistema de la que se aprovechan los fascistas, la construcción de una izquierda política fuerte y cohesionada es una necesidad urgente.
Evidentemente, no es una tarea fácil. Pero lo ocurrido en Vic, y el crecimiento tanto de los grupos fascistas como de las ideas racistas en general, nos demuestra que tenemos que ponernos manos a la obra.
A menudo se compara la actual crisis económica con la depresión de los años 30 del siglo XX. En esa época, se formaron gobiernos de extrema derecha en casi toda Europa y se vivieron los horrores del Holocausto y la Segunda Guerra Mundial.
Pero también fue una década de luchas insurreccionales en un sinfín de lugares: desde las ocupaciones de fábricas en EEUU, pasando por una huelga general en Palestina y huelgas de masas en Francia hasta la revolución española de 1936.
En una grave crisis las apuestas están muy altas; la izquierda perdió la apuesta la última vez, con terribles consecuencias. No podemos permitirnos perder de nuevo, y tampoco hay motivo para que lo hagamos.
Como En lucha/En lluita y como izquierda anticapitalista en general tenemos dos tareas urgentes y distintas. Una: construir un movimiento amplio para combatir a la extrema derecha. La otra: construir una izquierda anticapitalista capaz de ofrecer una alternativa no a decenas o centenares de personas, sino a miles de ellas.
Si no lo hacemos, lo que vemos hoy en Vic, lo podremos ver —y cosas aún peores— en todo el Estado.
Comunicado de EN LUCHALa propuesta xenófoba la aprobó el gobierno municipal —CiU, PSC y ERC— apoyado por los cuatro concejales de Plataforma Per Catalunya, de extrema derecha. Los dos concejales de la CUP y el de ICV-EUiA votaron en contra.
Ante esta decisión racista apoyada por dos partidos de la izquierda institucional, algunos activistas concluirán que la respuesta tendrá que venir únicamente de la izquierda radical. Pero la realidad es que para parar el fascismo hace falta mucho más.
Unidad contra el fascismo
A nadie se le escapa el hecho de que el impulsor real de esta decisión racista fue la Plataforma Per Catalunya; su propio dirigente, Josep Anglada reivindicó su paternidad. El hecho de que grupos de la extrema derecha —es decir, grupos fascistas que se han hecho un lifting— puedan actuar libremente y difundir sus ideas tiende a empujar a todo el espectro político hacia la derecha.
Esto siempre es cierto, pero más aún en la situación actual. La crisis económica; los 4 millones de parados; las carencias de los servicios sociales; un gobierno social-liberal que no cumple sus promesas de sustanciales mejoras sociales… todo esto constituye la “tormenta perfecta” para el crecimiento de la extrema derecha.
No puede haber libertad de expresión y organización para los fascistas en nuestra sociedad. El lema “no pasarán” recupera toda su relevancia.
Y este lema no es patrimonio únicamente de la izquierda anticapitalista: la gran mayoría de la población del Estado español, y sobre todo, casi toda la clase trabajadora, se oponen al fascismo. Muchos de ellos y ellas estarían dispuestos a participar en movilizaciones antifascistas, si se les plantea en términos que puedan asumir.
Hace falta una lucha unitaria contra la extrema derecha, contra el fascismo, que incluya a la gran izquierda social que existe en el Estado español, incluyendo a las bases de los sindicatos mayoritarios y a los sectores más de izquierdas de la socialdemocracia. Es decir, hay que movilizar a una parte importante de la clase trabajadora, tal y como es, con todas sus contradicciones.
Frente a un pequeño grupo de cabezas rapadas nazis, puede parecer que es suficiente con un grupo de activistas antifascistas comprometidos, dispuestos a utilizar la fuerza. Es verdad que, a veces, acciones así son necesarias.
Pero en las condiciones de un auge de la extrema derecha, ningún grupo reducido es suficiente para hacerle frente.
Este hecho fue demostrado en Alemania en los años 30, cuando el Partido Comunista, siguiendo la política suicida dictada por Stalin, rechazó cualquier colaboración con los reformistas, tachándolos de “socialfascistas”, e intentó enfrentarse solo a los nazis. Pagaron un terrible coste por su error. No debemos repetirlo.
El modelo de movimiento contra el fascismo es algo que hemos visto en otros ámbitos en los últimos años: la unidad de acción entorno a unos pocos principios básicos, sin excluir que haya diferencias y debates sobre otras muchas cuestiones.
Frente al fascismo, supone buscar unir a todas las fuerzas y personas dispuestas a movilizarse bajo el sencillo lema “Contra el fascismo, no pasarán”; que los fascistas no se manifiesten en nuestras ciudades, que no puedan hacer campañas electorales, etc. Limitar una protesta de este tipo únicamente a los declarados anticapitalistas, a las personas que comparten todo nuestro ideario político, no es una manera efectiva de combatir al fascismo.
Por una alternativa al sistema
Pero a la vez debemos ir mucho más allá. Ya sabemos que los partidos reformistas son los responsables de muchos de los problemas que abren el camino al fascismo. Sabemos que, aunque sigue habiendo gente combativa dentro de los sindicatos mayoritarios, las direcciones de CCOO y UGT no destacan por ofrecer salidas radicales ante los ataques que sufrimos.
Todos los Estados europeos fomentan las ideas racistas, dando así respetabilidad a los fascistas: pensemos en los ataques contra la población musulmana en Suiza —con la excusa de los 4 minaretes en ese país— o en el intento del Estado francés de controlar la vestimenta de las mujeres musulmanas. El Gobierno de Zapatero no es ninguna excepción: tras una verborrea de multiculturalismo y “alianza de las civilizaciones”, no deja de advertirnos de los peligros de “terroristas islamistas” y hace detener a gente musulmana inocente.
El Estado español gasta un millón de euros al día en la guerra de Afganistán y da miles de millones de euros a la banca, pero cuando faltan plazas en las guarderías y se alargan las colas en los hospitales se señalan a las personas inmigradas como a los responsables.
Por todo esto, a la vez que necesitamos un movimiento muy amplio y unitario para hacer frente hoy a los fascistas, también tenemos que construir una izquierda anticapitalista capaz de ofrecer una alternativa política global al sistema.
Actualmente, la izquierda anticapitalista está muy fragmentada, y muchas de las personas que podrían formar parte de ella ni siquiera están organizadas políticamente y sólo participan en los movimientos de forma individual.
Para poder ofrecer una alternativa real, frente a la desesperación producida por este sistema de la que se aprovechan los fascistas, la construcción de una izquierda política fuerte y cohesionada es una necesidad urgente.
Evidentemente, no es una tarea fácil. Pero lo ocurrido en Vic, y el crecimiento tanto de los grupos fascistas como de las ideas racistas en general, nos demuestra que tenemos que ponernos manos a la obra.
A menudo se compara la actual crisis económica con la depresión de los años 30 del siglo XX. En esa época, se formaron gobiernos de extrema derecha en casi toda Europa y se vivieron los horrores del Holocausto y la Segunda Guerra Mundial.
Pero también fue una década de luchas insurreccionales en un sinfín de lugares: desde las ocupaciones de fábricas en EEUU, pasando por una huelga general en Palestina y huelgas de masas en Francia hasta la revolución española de 1936.
En una grave crisis las apuestas están muy altas; la izquierda perdió la apuesta la última vez, con terribles consecuencias. No podemos permitirnos perder de nuevo, y tampoco hay motivo para que lo hagamos.
Como En lucha/En lluita y como izquierda anticapitalista en general tenemos dos tareas urgentes y distintas. Una: construir un movimiento amplio para combatir a la extrema derecha. La otra: construir una izquierda anticapitalista capaz de ofrecer una alternativa no a decenas o centenares de personas, sino a miles de ellas.
Si no lo hacemos, lo que vemos hoy en Vic, lo podremos ver —y cosas aún peores— en todo el Estado.
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