domingo, 6 de febrero de 2011

LA NUEVA REVOLUCIÓN ÁRABE







Por David Karvala.

La situación en el mundo árabe cambia de forma tan frenética que cualquier resumen sería rápidamente superado por los acontecimientos. Este artículo se dirige a extraer algunas lecciones de lo sucedido. Es un tópico en Occidente decir que “aquí no se hará ninguna revolución, porque la gente está demasiado acomodada”.

Pero Túnez es el país del Magreb con mejor nivel de vida y educación. Así que se alaba la cultura occidentalizada de los tunecinos, frente a la “ignorancia e islamismo” que se supone que dominan al resto de la región. Pero tampoco es cierto que Túnez sea tan diferente; existen corrientes islamistas, reprimidas como en otros países.

Clase social y revolución

El punto fundamental es que en Túnez, como en gran parte del mundo, la crisis ha afectado gravemente a la clase trabajadora. Hay un paro creciente; el gobierno derrocado aplicaba políticas neoliberales cada vez más duras. Todos estos factores contribuyeron al suicidio que desató las protestas, y a que éstas fueran tan masivas.

Con todo, Túnez tiene una clase trabajadora y una organización sindical. La UGTT tiene una historia muy variada: ha sufrido represión, aunque recientemente respaldaba a la dictadura. Pero la timidez y la cautela de su dirección no cambian el hecho fundamental de que es un movimiento obrero, y por tanto está abierto a presiones desde la clase trabajadora.

Lo impresionante es cómo la UGTT llegó a liderar las luchas que se extendieron desde Sidi Bouzid, la localidad del joven muerto, a todo el país. Las huelgas fueron un factor clave en la lucha: convocadas inicialmente por sus organizaciones locales, acabaron arrastrando a todo el sindicato al combate.

Egipto es un país mucho más pobre que Túnez, donde el sindicato dominante se parece al sindicato vertical del franquismo. Pero el factor de clase social sigue siendo clave.

Desde hace varios años, Egipto vive una ola de luchas obreras muy combativas, desde el sector textil hasta el de la recolección de impuestos. Los y las trabajadoras de este sector han creado el primer sindicato independiente del país en medio siglo.

La mayoría de los salarios son de miseria, pero en los conflictos sociales, las y los trabajadores no son meramente ‘pobres’, o una ‘multitud’; tienen una creciente conciencia de clase. Esto no excluye que muchos de ellos sean creyentes y griten “Allahu akbar” (Dios es el más grande) en una manifestación, igual que en Túnez.

Lucha política y económica

En Egipto, la lucha obrera ha ido íntimamente ligada a la lucha política. Las primeras grietas en la dictadura egipcia datan del año 2000, con grandes manifestaciones en apoyo a la segunda Intifada palestina. Mubarak es un aliado esencial del Estado de Israel, pero su retórica pro Palestina creó un espacio para el movimiento. Se empezaron a crear redes de activistas, de la izquierda radical, nasseristas, de las ONG, y poco a poco de los Hermanos Musulmanes. A la lucha por Palestina se añadió la lucha por la democracia en Egipto. Si bien estas protestas sufrieron mucha represión, contribuyeron a romper la idea de que era imposible movilizarse bajo la dictadura y Estado de emergencia de Mubarak, vigentes desde 1981.

Así que la nueva ola de luchas obreras, que empezó en la ciudad de Mahalla en diciembre de 2006, se inspiró en la lucha política, y viceversa. Hasta ahora, el punto álgido de las recientes luchas en el país ha sido la “Intifada de Mahalla,”, de abril de 2008, cuando casi toda la población salió a la calle contra la policía antidisturbios que reprimía una huelga general en la ciudad.

La rebelión tunecina ha sido una gran inspiración para Egipto, pero sólo avivó un movimiento existente. Éste exige la democracia y el fin de Mubarak, pero también el abandono de las políticas neoliberales.

El fantasma del islamismo

Parte de la izquierda europea siente un odio o miedo visceral hacia el islamismo político, hasta el punto de justificar la represión contra él. En realidad, el islamismo ha crecido debido al fracaso —incluso traición— de la izquierda tradicional. El estalinismo ha apoyado de forma acrítica a un dictador “antiimperialista” tras otro… y ahora a veces a EEUU. Hoy, el “nacionalismo árabe” a menudo justifica la represión y explotación de la población en interés de una pequeña élite corrupta. No es nada irracional que la gente busque otra cosa.

Y no todas las corrientes islamistas son iguales. En Arabia Saudita, el islamismo juega un papel comparable al catolicismo bajo Franco, como el valedor de un régimen autoritario, mientras que Hezbolá del Líbano se parece a un movimiento popular y guerrillero de América Latina.

El partido islamista tunecino, An-Nahda, tiene toques liberales o socialdemócratas; defiende ideas de justicia social frente a la pobreza e incluso, de forma muy inconsistente, los derechos de las mujeres. Ha sufrido mucha represión —en el momento de escribir su histórico dirigente, Rachid Ghannouchi, acaba de volver del exilio— pero sigue siendo un actor político muy importante en el país.

En Egipto, la principal organización islamista, los Hermanos Musulmanes (HHMM), cuenta con hasta un millón de seguidores. Su base social se encuentra sobre todo entre la clase media, pero abarca desde muy pobres hasta multimillonarios. Políticamente es un movimiento muy heterogéneo, pero en general adopta posiciones equiparables a la democracia cristiana. Normalmente es muy conservador, y suele intentar negociar con la dictadura antes que luchar. En general, rechaza las huelgas. Aun así, se ha sentido obligado a salir a la calle en los momentos álgidos de la movilización en solidaridad con Palestina, o por la democracia.

Con todo, la izquierda debe apoyar plenamente el derecho de los HHMM a presentarse a las elecciones, etc. A su vez, debe tener claro qué son: un aliado muy vacilante y contradictorio, al que hay que criticar cuando es necesario. Con esta actitud, algunos de los miles de jóvenes que actualmente militan en los HHMM —pero que realmente quieren luchar por la justicia social y contra el imperialismo— pueden llegar a ver que tienen más en común con la izquierda radical que con su propia dirección. Ésta es la mejor forma —y no apoyando prohibiciones— de combatir la influencia del islamismo conservador.

¿Una revolución Twitter?

Como ocurrió con las protestas en Irán de 2009, muchos comentaristas otorgan un gran protagonismo a Facebook y Twitter. Otra vez, se equivocan.

Según 3arabawy, uno de los bloggers anticapitalistas más seguidos de Egipto y un ávido usuario de Twitter: “Internet sólo juega un papel en la difusión de la palabra y de las imágenes de lo que sucede en el terreno. No utilizamos Internet para organizarnos”.

El 30% de la población egipcia ni siquiera sabe leer, y si bien las estadísticas dicen que el 20% tiene acceso a Internet y que el 5% son usuarios de Facebook, las cifras son exageradas; si sólo puedes conectarte una vez a la semana, un cartel o el boca a boca sirven mucho más que la red.

Por encima de todo, la obsesión con la red encubre un elemento clave de una situación revolucionaria: la gente se reúne masivamente en el mundo real, no sólo virtualmente. En vez de crear “grupos de Facebook”, debaten en asambleas formales e informales, en la calle y en el lugar de trabajo. Es esta organización la que cuenta, la que se debe impulsar y sistematizar. La red sirve para la difusión entre las personas conectadas, pero no puede ni debe sustituir la organización democrática desde abajo en el mundo real.

La hipocresía y los bloques

Cuando se levanta oposición en un país hostil hacia Occidente, nuestros dirigentes se esfuerzan en condenar cualquier represión desatada. Su hipocresía es evidente.

Tristemente, el doble rasero no se limita a la derecha. Gran parte de la izquierda también ve un mundo dividido en bloques: por un lado, “el imperialismo”; por el otro “los países antiimperialistas”. Igual que la derecha, apoyan a los movimientos populares en un bando, mientras que en el otro justifican la represión.

Lo increíble de las movilizaciones de Túnez y Egipto es su similitud con las de Irán en 2009: la mezcla de clases sociales involucradas; la combinación entre demandas democráticas y las exigencias materiales más básicas. Han preocupado a dirigentes de países muy diferentes. No sólo los dirigentes occidentales y sus dictadores históricamente afines exigieron más paciencia a las poblaciones sublevadas; también lo hizo Gadafi de Libia. Mientras Mubarak cerraba Internet, China prohibía la palabra “Egipto”.

El capítulo de hipocresía de nuestros dirigentes es, por supuesto más largo. En 2003, nos dijeron que bombardeaban a los iraquíes para llevarles la democracia. Por supuesto, el país no es más democrático ahora que bajo Sadam, mientras que las sublevaciones árabes han dejado patente el apoyo occidental a los dictadores.

Mejor dicho, los apoyan mientras duran. Los partidos socialistas, incluyendo el PSOE, colaboraron durante décadas con el RCD, partido del  dictador tunecino. Sólo lo expulsaron de su organización internacional el 17 de enero de 2011… cuando ya había perdido el poder.

El mundo está cambiando

Los analistas que equiparan la importancia de la revolución en marcha en Egipto con la de la caída del muro de Berlín pueden tener razón, según cómo vayan los acontecimientos.

Si la sublevación en Túnez tuvo un efecto electrificante en la región, las luchas en Egipto podrían influir al mundo entero. Es el país más importante del mundo árabe y no sólo por sus 80 millones de habitantes. Es la cuna tanto del Islam político como del nacionalismo árabe: la revolución de Nasser, de 1952, inspiró a movimientos parecidos por todo Oriente Medio y África.

Por encima de todo, sin Mubarak —aún más si caen otros aliados como el Rey de Jordán— el Estado de Israel estaría obligado a responder, por fin, a las demandas del pueblo palestino. Al menos tendría que cumplir las resoluciones de la ONU. Esto pondría en cuestión todo el proyecto sionista. No olvidemos que el bloqueo a Gaza sólo se mantiene gracias a la colaboración egipcia, y que Egipto suministra el cemento esencial para la construcción del muro en Cisjordania.

Pero las implicaciones van aún más allá. En 1989 cayeron dictaduras, pero las ilusiones puestas en Occidente y en el mercado condicionaron todo el cambio. Los pueblos de Oriente Medio han vivido en su propia carne las recetas neoliberales, impuestas por dictaduras de todos los colores. Han visto a Occidente en acción en Afganistán, Irak, el Líbano y sobre todo en Palestina.

El neoliberalismo y el propio sistema capitalista provocan odio entre millones de personas desde América Latina —escena de movimientos en ebullición— hasta Asia, pasando por Europa. La rabia existe. Lo que falta es la confianza en que se puede luchar. La chispa de Túnez, multiplicada masivamente en Egipto, podría encender todo el planeta.

Y ¿ahora qué?

Otra vez, las cosas cambian tan rápidamente que cualquier pronóstico es provisional. En el momento de escribir, Mubarak aguanta por los pelos: incluso EEUU, seguido por la UE, ha exigido una transición ordenada y sin violencia. Parece que optan por El Baradei. Irónicamente, también lo hacen los Hermanos Musulmanes. Todos estos actores, a pesar de sus diferencias, comparten el objetivo de “cambiarlo todo para que nada cambie”. Es decir, instalar una democracia formal —que sí sería un paso adelante, hay que reconocerlo— aunque dejando intacto todo el sistema socioeconómico.

Pero la gente que ha arriesgado la vida en las movilizaciones busca mucho más; quieren el fin del neoliberalismo y de todo el sistema corrupto. También exigen que se dé apoyo real y efectivo al pueblo palestino. Nada de esto pasará con el cambio superficial que los de arriba se han visto obligados a ofrecer.

Se plantea, entonces, un dilema. Millones de personas buscan una solución que ninguno de los partidos oficiales ofrece. Aquí se vuelve crucial el papel del pequeño núcleo de activistas de los movimientos sociales, de los sindicatos independientes, y especialmente de la izquierda revolucionaria organizada. Los primeros días de una revolución pueden ser duros y violentos, pero las cuestiones políticas son sencillas: todos contra la dictadura, todos contra la represión. Pero una vez que empiecen las maniobras en la cúpula, con nuevos gobiernos “surgidos de la revolución” —como está ocurriendo en Túnez, y pronto podría pasar en Egipto—, el debate político se complica enormemente.

Los activistas más politizados tendrán que rechazar la exigencia casi unánime de “mantener la unidad” cuando los sectores reformistas intentan venderlo todo… pero sin caer en el sectarismo. Por encima de todo, deben intentar impulsar la autoorganización desde abajo, creando las semillas del poder popular y de una alternativa al capitalismo, sin dejar de conectar con el estado de conciencia de la masa de los trabajadores en cada momento.

Esta tarea es imposible si no se han puesto antes las bases de una organización política, que una a activistas de diferentes sectores, de diferentes ciudades, con conexiones entre ellos que vayan mucho más allá de una página web o Facebook. Sobre todo, estos activistas deben tener una historia de participación en las luchas, para así haberse ganado el respeto de la gente trabajadora y de los barrios. Así, si llegan y dicen: “No basta con cambiar un presidente, hay que cambiar el sistema”, la gente escuchará sus argumentos.

En esto están los y las compañeros del grupo hermano de En lucha en Egipto. Y en eso estamos nosotros, en la medida de las posibilidades. Porque hace no tantos años, las y los activistas anticapitalistas de Egipto miraban con envidia las grandes movilizaciones en Europa, los millones de personas en la calle, y decían: “Aquí eso es imposible, la gente no se mueve”. Pero en Egipto, como en Túnez, la gente se movió. Aquí también se moverá. Debemos hacer lo posible para impulsarlo —inspirándonos en la revolución árabe— y estar preparados para cuando las cosas estallen.

David Karvala es militante de En lucha y miembro de la Plataforma Aturem la Guerra.

UN POCO DE HISTORIA

La Intifada egipcia

Por David Karvala.
Una convocatoria de huelga, a principios de abril (del 2008*), ha agudizado la crisis que vive Egipto. Según una participante en las manifestaciones en Mahalla, una ciudad industrial al norte de El Cairo: “Los niños están tirando piedras, igual que en la Intifada palestina, mientras gritan ‘La revolución ha llegado’.”

El motivo de estas protestas fue la represión estatal de una huelga, convocada para el 6 de abril, en la planta textil de Mahalla.
Los 25.000 trabajadores y trabajadoras de esta enorme fábrica son la punta de lanza de una oleada de luchas obreras que arrasa Egipto desde hace 18 meses.

La victoria de una huelga anterior en Mahalla, en diciembre de 2006, inspiró acciones semejantes por todo el país; primero en otras plantas textiles, después en el transporte público; la enseñanza; la sanidad; la administración estatal… Una de las huelgas más combativas fue la de los 55.000 trabajadores de los impuestos de propiedad, que ganaron mejoras salariales tras meses de manifestaciones y de enfrentamientos con la policía antidisturbios.

La nueva huelga en Mahalla tenía demandas económicas, pero también políticas. Aparte de exigir un aumento salarial —en un sector donde el sueldo típico es de unos 30€ al mes— denunciaban la corrupta dirección de la empresa estatal y desafiaban al sindicato oficial o vertical, opuesto a la huelga. Los trabajadores de Mahalla, igual que los de los impuestos, han empezado a crear un sindicalismo independiente, basado en las asambleas de base.

Hasta ahora, el régimen había contenido la represión contra los huelguistas. El hecho de enviar a decenas de miles de agentes de seguridad, para ocupar tanto la ciudad de Mahalla como la propia fábrica, indica un cambio de estrategia.

Para entender todo eso, hay que analizar la situación del régimen y la oposición política a la que se enfrenta.

El Presidente Hosni Mubarak controla Egipto desde hace 27 años, mediante una combinación de autoritarismo y de ciertas concesiones a la población, como subvenciones a los productos básicos. En el ámbito internacional, es aliado incondicional tanto de EEUU como de Israel, pero a veces intenta encubrir esta política hablando de Nasser, líder egipcio que se enfrentó a Israel a los años 50 y 60. La situación global hace cada vez más imposible realizar estos malabarismos.

El neoliberalismo —aplicado en Egipto a consciencia por el hijo del Presidente, Gamal Mubarak— comporta la privatización del importante sector estatal, así como el recorte de subvenciones. Mientras que la agresión israelí (y de EEUU) contra Gaza —recordemos que la Franja es fronteriza con Egipto— deja al descubierto la complicidad de Mubarak con el sufrimiento de los palestinos.

Estas contradicciones no se manifiestan por sí solas, sino a causa de los movimientos que surgen.

En el año 2000, la segunda Intifada palestina inspiró solidaridad en Egipto, con la creación de redes de activistas en muchas ciudades. Estas redes se convirtieron en el movimiento contra la guerra en Irak, con protestas —ilegales y duramente reprimidas— de decenas de miles de personas, en el centro de El Cairo en marzo de 2003.

En el año 2005, estas fuerzas sociales se unieron en una nueva campaña por la democracia, Kifaya (“Bastante”). Después de un período de grandes expectativas, Kifaya decayó a principios de 2006.

Democracia política y económica

Parte del problema fue que todos estos movimientos tienen más fuerza entre las profesiones liberales y los estudiantes que no entre la clase trabajadora.

Los Hermanos Musulmanes, que cuentan con un millón de seguidores, participaron activamente en la lucha por la democracia, y sus estudiantes no tenían problemas en colaborar con los estudiantes socialistas por la solidaridad con Palestina, así como en luchas en las facultades. Pero es una organización moderada, dirigida por hombres de negocios que nada tiene que ofrecer a la lucha obrera.

Incluso para los nasseristas de izquierdas, a pesar de tener una retórica a veces muy radical, su visión de una “nación árabe” dificulta un compromiso claro con la lucha de clases.

Por eso ha sido la corriente socialista revolucionaria, a pesar de sus reducidas fuerzas, quien ha protagonizado la confluencia de los movimientos políticos de los últimos años con la nueva oleada de luchas obreras. Tan sólo ellos subrayan la conexión entre la lucha por la democracia política y contra el imperialismo, y las luchas por la justicia social y de clase. Otra excepción habría sido el Partido Comunista, pero éste se había marginado de las luchas anteriores por su negativa a trabajar con los islamistas.

Los acontecimientos de los últimos meses —y sobre todo de las últimas semanas— convierten los argumentos de la centralidad de la clase trabajadora y de la necesidad de conectar las luchas de una cosa teórica a una experiencia real, vivida en la calle.

El 6 de abril en Mahalla, el intento del régimen de reprimir la huelga con la toma de la fábrica y la detención de 150 trabajadores no funcionó. Aquella tarde, miles empezaron a manifestarse al acabar su turno, y se unieron miles de residentes más de la ciudad.

Este apoyo popular no se debía sólo a la solidaridad. Hay rabia ante las subidas de precios que han arrasado Egipto en los últimos meses. Sobre todo, hay una crisis del pan, la comida básica de la población. En los hornos que venden pan subvencionado por el Estado, las colas son largas y desesperadas —las peleas ya han causado muertes— y a menudo se agotan las existencias. En los hornos privados, los precios han aumentado cinco veces, principalmente por la subida internacional de los cereales.

El ataque policial contra los manifestantes de Mahalla provocó una Intifada, tanto en la propia ciudad como más allá, que duró algunos días y que dejó al menos dos muertos y cientos de personas detenidas.
Los medios de comunicación han hablado poco de estas luchas, prefiriendo hablar de las demandas —también justas— de democracia en países que no son aliados de Occidente, como China o Zimbabwe.

Y cuando se ha informado —como en algunos medios ligados a los movimientos sociales— se ha dado la impresión de que era un simple disturbio protagonizado por los pobres urbanos —una “multitud”, quizá— enrabiados por la subida de los precios.

Mientras el tema de los precios es importante, se tiende a ignorar el papel central jugado por la clase trabajadora egipcia; en este caso por la plantilla de Mahalla.

¡Somos trabajadoras!

El hecho es que la cuestión de clase es tan o más importante, en un país relativamente pobre como Egipto y bajo condiciones de dictadura, como lo es en la Europa “democrática”.

Y los cambios que producen las auténticas luchas de clase son de un enorme alcance. Es suficiente con un ejemplo: en una asamblea en Mahalla, un hombre hablaba del papel de “las señoras”. Una trabajadora le interrumpió: “¡No nos digas señoras! Somos trabajadoras y estamos orgullosas. Trabajamos en la fábrica, trabajamos en casa y trabajamos en la granja. ¡Somos trabajadoras!”

En el momento de escribir esto, es aún pronto para saber cómo se desarrollará la lucha de aquí en adelante.

El intento de reprimir la huelga no ha tenido efecto. El estado ha tenido que hacer concesiones a la plantilla de Mahalla y ha tenido que abandonar la idea de suprimir las subvenciones del pan, mostrando otra vez que se pueden lograr resultados mediante la lucha.

En algunos sectores del movimiento se empieza a hablar de otra convocatoria de huelga para principios de mayo, pero no está claro si este llamamiento tiene apoyo entre los y las trabajadoras, o solo entre los bloggers y los grupos pro democracia.

Aún así es evidente que las luchas recientes son un punto de inflexión; muestran la posibilidad de generalizar y de unir en la práctica la lucha por la democracia y contra el imperialismo con las luchas obreras. Y eso puede tener efectos muy importantes.

Hace muchas décadas, poco después de la creación del Estado de Israel, el revolucionario judío y palestino, Tony Cliff argumentó que la libertad de Palestina pasaba por Egipto. Cuando la clase trabajadora egipcia uniese la lucha contra el imperialismo con la lucha social, podría derribar tanto al sionismo como a las dictaduras árabes.
Estas últimas semanas hemos visto como eso empieza a pasar.

Toda la política bélica de Bush en Oriente Medio depende del apoyo de regímenes locales como el de Mubarak. Egipto recibe unos 2 mil millones de dólares al año de ayuda militar de EEUU, y es un aliado esencial de Israel, al que suministra el cemento que necesita para el muro de Cisjordania. El estado de asedio contra la Franja de Gaza sería imposible sin la colaboración de Mubarak.

Estas luchas ponen en cuestión la continuidad del régimen de Mubarak, y amenazan su proyecto de nombrar a su hijo para reemplazarlo. Así, representan un enorme potencial para la libertad de Palestina y contra el imperialismo en la región.

Por todo eso, nos toca solidarizarnos con las luchas en Egipto. Recibiremos más noticias de este país.

Más info concairo.blogspot.com

Conferencia del Cairo

Contra el imperialismo… y por la justicia social

A finales de marzo se celebró la 6ª edición de la Conferencia de El Cairo contra la guerra y el imperialismo. Se unieron unas 2.000 personas de los movimientos sociales y políticos de la oposición egipcia, de varios movimientos del Oriente Medio —a destacar Hezbol·là— así como del movimiento mundial contra la guerra y en solidaridad con Palestina.

La celebración de la Conferencia es en sí misma una victoria ante la represión ejercida por el régimen de Mubarak; este año, negaron la entrada a los delegados procedentes de Irak e Irán, y a la mayoría de los palestinos.

Es un hito importante el unir las corrientes políticas que se oponen a la política de EEUU y de sus aliados. En la Conferencia colaboran los socialistas revolucionarios; las corrientes nasseristas o nacionalistas árabes; y los Hermanos Musulmanes egipcios, la organización islamista más importante del mundo.

La Conferencia fue una buena oportunidad para compartir experiencias y propuestas. La ocupación de Irak, y las protestas del pasado 15 de marzo en 60 ciudades del mundo, tuvieron un lugar destacado. La Conferencia también se declaró a favor de la retirada de las tropas de Afganistán y contra cualquier ataque en Irán, más allá de las diferencias que pueda haber con el gobierno de Ahmedinejad.

Se acordó coordinar acciones entorno al 60 aniversario de la expulsión de los palestinos, el Nakba, el 15 de mayo de 1948, e impulsar la campaña de boicot al Estado israelí.

La colaboración internacional de por sí contribuye a la lucha contra la islamofobia; el que se encuentren cientos de activistas de Occidente y del Oriente Medio ayuda a superar los estereotipos que existen en ambos lados.

La Conferencia también subraya la importancia de mantener la apuesta por alianzas amplias y sin sectarismos. Si un aspecto destaca de la Conferencia de este año, son las inspiradas intervenciones de activistas de las huelgas.

La Conferencia nos deja trabajo para los próximos meses, y ganas de volver a encontrarnos para compartir experiencias el año próximo.

David Karvala es militante de En lucha y miembro de la Plataforma Aturem la Guerra.

*Artículo publicado en la revista la Hiedra nº4, mayo 2008

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